Lo Que Le Falta A Colombia Willian Ospina_50998
Por William Ospina* Una de las más indiscutibles verdades de nuestra tradición es que la sociedad colombiana se funda en el ejemplo de la Revolución Francesa y en la Declaració n de los Derechos del Hombre, lo mismo que en sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Cuando recientemente se celebró el segundo centenario de esa revolución, muchos nos recordaron cua procedemos de ella PACE 1 or31 ejemplo. Sin embarg yo algo demuestra la sociedad colombiana nadie procede de una revolución tituciones es que distante y nadie puede simplemente ser hijo de su ejemplo.
Una r evolución se vive o no se vive, la pretensión de heredar sus emblemas sin haber participado de la dinámica mental y social que le dio vida, sin haber conquistado sus victorias ni padecido sus sufrimientos, no es más que una sonora impostura. Nuestra historia suele caracterizarse por esa tendencia a pensar que basta repetir con embeleso las palabras que expresaron una época para ya particip ar de ella.
Basta que gritemos Liberté, Egalité y Fraternité, para que reinen entre nosotros la luminosa libertad. la generosa anterior a la Ilustración y anterior a la Reforma Protestante. Bajo el ropaje de una república liberal es una sociedad señorial
Desde el Descubrimiento de América, Colombia ha sido una sociedad incapaz de trazarse un destino propio, ha oficiado en los altares de varias potencias planetaria s, ha procurado imitar sus culturas, y la única cultura en que se ha negado radicalmente a reconocerse es en la suya propia, en la de sus indígenas, de sus criollos, de sus negros, de sus mulatajes y sus mestizajes creci entes También se ha negado, después de que fuera ahogada en sangre la experiencia magnífica de a Expedición Botánica, a reconocerse en su naturaleza.
Por ello ahora paga las consecuencias de su Inaudlta falta de carácter. Ha permitido que sean otros pueblos los que le impongan una interpretación social y ética de algunas de sus riquezas naturales. Ha asumido el pasivo y miserable papel de testigo de cómo la lógica de la sociedad industrial transforma por ejemplo la hoja de coca en cocaína, la consume frenéticamente, irriga con su comercio las venas de su economía, y finalmente declara a los países que la cultivan, la procesan y la venden como los verdaderos responsables del hecho y los únicos que deben orregirlo.
Así, un problema que compromete la crisis de la civilización, la incapacidad de las socied ades modernas para brind 2 1 serenidad y felicidad a su para brindar serenidad y felicidad a sus muchedumbres, el vacío ético propio de una edad que declina, necesidad creciente de esta época por aturdirse con espectáculos y sustancias cada vez más excitantes, es convertido por irresponsables gobiernos y por imperios inescrupulosos en un problema de policía, y siempre son los serviles pa[ses periféricos que se involucran los que terminan siendo satanizados por el dedo imperial.
Ello porque es ley fundamental de todo poder ue la culpa siempre sea de los otros, y sobre todo de los débiles La razón por la cual a los seres humanos nos cuesta tanto trabajo encontrar las causas de los males, es porque lo último que hacemos es mirar nuestro corazó n. Siempre miramos el corazón del vecino para encontrar al culpable, y nos aturdimos con la presunción infinita de nuestra propia inocencia. Así obra el imperio.
Incita, paga, consume, produce substancias procesadoras, pule procedimientos, desarrolla métodos de mercadeo, sostiene inmensos aparatos estatales dedicados a instigar el tráfico para conocerlo y poder repnrmrlo, permite que egiones de funcionarios se envilezcan y traicionen en nombre de la patria y de la comunidad, sacraliza prácticas degradantes y repugnantes bajo la vieja enseña de que el fin ju 31 medios, y finalmente se d e víctima de una ue ocurrió siempre en las desiguales relaciones entre el país y los otros, es a penas uno de los marcos en los cuales se mueve la Increble realdad de nuestro país. ?Cómo se sostiene una sociedad en la que todos saben que prácticamente nada funciona? Desde los teléfonos públicos que no sirven para hacer llamadas hasta los puentes que no sirven para ser usados y los funcionarios públicos que no sirven ara atender a las personas y las fuerzas armadas que no sirven para defender la vida de los cudadanos y los jueces que no sirven para juzgar y los gobiernos que no sirven para gobernar y las leyes que no sirven para ser obedecidas, el espectáculo que brindaría Colombia a un hipotético observador bienintencionado y sensato sería divertido si no fuera por el charc o de sangre en que reposa.
Cualquier colombiano lo sabe: aquí nada sirve a un propóslto público. Aqui sólo existen intereses particulares. El colombiano sólo concibe las relaciones personales, sólo concibe su reducido interés personal o familiar, y a ese único fin ubordina toda su actividad pública y privada. Palabras como «patria» causan risa en Colombia, y los únicos seres que creen en ellas, los soldados que marchan cantando hacia los campos de guerra, son inocentes víctimas que lo único que pueden hacer por la patria es morir por ella. Todos los demás tienen montado un negocio particular.
Y lo más asombroso es que el Estado mismo es el negocio particular de quienes lo administran a c 31 les. iAv del que pretenda II quienes lo administran a casi todos los nive les. iAy del que pretenda llegar a moralizar o a dar ejemplo en semejante sentina de apetitos! iAy del uncionario que intente trabajar con eficiencia, cuando todos los otros derivan su seguridad de una suerte de acuerdo tácito para entorpecerlo todo y para permitir que el Estado no sea más que un organismo perpetuador del desorden y de la ineficiencia social!
Del Estado colombiano se puede decir que presenta dos características absolutamente contradictorias. Esto es: es un Estado que no existe en absoluto, y es un Estado que existe infinitamente. Si se trata de cumplir con las funciones que universalmente les corresponden a los Estados: brindar seguridad social, brindar protección al ciudadano, garantizar la salud, la ducación, el aseo público, la igualdad ante la ley, el trabajo, la dignidad de los individuos, reconocer los méritos y castlgar las culpas, el Estado no existe en absoluto.
Pero si se trata de cosas ruines: saquear el tesoro público, atropellar a la ciudadanía, perseguir a los vendedores ambulantes, desalojar a los indigentes, lucrarse de los bienes de la comunidad y sobre todo garantizar privilegios, el Estado existe infinitamente. Nunca se ha visto nada más servicial con los poderosos y más crecido con los humildes que el Estado colombiano. ¿Y ello por qué? s 1 país, para abrirles todas las portunidades y allanarles todos los caminos, y al mismo tiempo para ser el muro que impida toda promoción social, toda transformaclón, toda sensibilidad realmente generosa. El Estado colombiano es un Estado absolutamente antipopular, señorial, opresivo y mezquino, hecho para mantener a las grandes mayorías de la población en la postración y en la indignidad. No hay en él ni grandeza ni verdadero espíritu nacional.
Antes, para comprobar esto había que ir a ver cómo se mantienen en el abandono los pueblos del litoral pacífico, los pueblos del interior de Bolívar, las regiones agrícolas, las aldeas perdidas; ahora basta on recorrer las calles céntricas de la capital, ahora no hay un solo campo de la realidad en el que podamos decir que el Estado está ayudando a la nación, está formulando un propósito, está co nstruyendo un país.
Pero ¿dónde están las autorrutas, dónde están los puentes, dónd e están los ferrocarriles, dónde están los astilleros, dónde están los puertos, dónde está la justicia, dónde está la seguridad social, dónde está la agricultura, dónde está el empleo, dónde está la seguridad de los campos, dónde está la labor del Estado? ¿Esta rapiña, esta mezquindad, es ta irresponsabilidad en todos os campos de la vida, es el estado ante el cuál debemos doblegarnos, y al cual no podemos criticar porque se nos acusarla de atentar contra las instituciones?
A mí me enseñaron desde niño que toda tiranía se disfraza con la máscara de la respetabilidad, pero que es fácil saber cuando una nación está un tirano. Si nadie puede 6 1 pero que es fácil saber cuándo una nación está en manos de un tirano. Si nadie puede esperar de él soluciones, si el pais entero pierde la esperanza, si la gente tiene miedo de exigir, de criticar, de reprobar.
Si reinan la impunidad y la miseria, si los campos stán en manos de la guerrilla, las ciudades en manos de la delincuencia, la economía en manos de los traficantes y las relaciones con el mundo en manos de los delegados del imperio, ¿es eso un Estado nacional? ¿No será más bien la vergonzosa tiranía de una casta d e burócratas irresponsables dedicados a adularse los unos a los otros, la coreografía de venias recíprocas de todos los agentes de la corrupción? ¿Dónde está la inmensa riqueza nacional que pregonan los diarios económicos especializados? ¿Por qué beneficia tan poco a la comunidad en su conjunto? ?Qué mascarada es esta a la que e damos el nombre de instituciones? Pero lo más grave de todo esto, o tal vez lo único grave, no es q ue no sepamos dónde están las grandes obras ni los grandes propósitos ni los grandes ejemplos. Lo grave es que no sabemos dónde está el inmenso país que padece estas miserias políticas. Nadie se queja, nadie se rebela. Nadie sale en defensa del legítimo derecho a la indignación. Nadie viene a repetirnos que Colombia fue una gran nación y que se fundó sobre grande s ideales. El pueblo está mudo. Que está pobre, lo sabemos por las estadísticas.
Que está sin trabajo, lo sabemos por las estadísticas. Que no tien o sabemos por las estad[sticas. Pero ¿dónde protección, lo sabemos por las estadísticas. Pero ¿dónde están los que reclaman, los que se afirman, los que exigen? ¿Dónde están si quiera los que piden? MDNM» No se oye nada. Silencio y bruma. Soplos de lo arcano. La luz mentira, la canción mentira. Sólo el rumor de un vago viento vano Volando en los velámenes expira. Esto que oía el poeta hace cincuenta años, es lo que seguimos oy endo. Pero si nadie se queja, ¿no será entonces que toda esta invectiva es una desmesurada injusticia? ?No será que sí hay un esfuerzo del Estado por cumplir con su deber y que or ello la ciudadanía calla y espera? ¿No tendrán razón los grandes diarios cuando dicen que este es un pueblo ejemplar y paciente que sabe comprender los esfuerzos de la clase dirigente por educarlo, por cultivarlo, por adecentarlo? La turba ignara tal vez no merece mucho, pero por lo visto sabe agradecer. No se rebela, ni siquiera pide, simplemente espera con una paciencia ejemplar a que caiga en su mano algún día la recompensa de tan larga espera. Pero la verdad es que el pueblo nada espera. O dicho mejor, ni siquiera espera.
Colombia, hay que decirlo, tiene una característica triste: es un país que se ha acostumbrado , y ello significa, es un país iado a la dignidad. No sól bien, los ciudadanos no tributan como debieran porque el Estado no invierte sino que malversa fondos, malgasta y roba. Así el círculo irremediable se cierra. pero como el Estado no cumple, aquí están los particulares. La empresa privada, por ejemplo, va a hacernos el favor de ayudar a la gente. A las comunas deprimidas, a los litorales abandonados, a los pueblos perdidos, llegan a veces las misiones de beneficencia de las empresas a hacer lo que el Estado no hizo.
Por un lado, por supuesto, todas estas misiones filantrópicas obtienen del Estado xenciones y reconocimientos. Pero además la sociedad les debe gratitud a estos generosos apóstoles del interés público. ¿Qué hay de malo en ello? Que nos acostumbran a recibir y agradecer como limosna lo que se nos debe por derecho. Así la vida se vuelve un milagro sólo posible por la filantrop(a de unos cuantos, y la sociedad nunca está compuesta por individuos libres y altlvos, por seres dignos y emprended ores que se sientan con derecho a exigir, que se sientan voceros de la voluntad nacional, sino por sumisos y agrad ecidos mendigos.
Pero el Estado mismo mendiga sin cesar, y sólo en este terreno asume su función de dar jemplo. Si hay una catástrofe, un terremoto, digamos, y en una ciudad medana se caen diez edificios, podemos estar seguros de que al ser entrevistado el jefe de la oficina de desastres a propósito de qué se está haciendo para responder al problema, el funcionario pidiendo ayuda a los or rnacionales». ¿Cómo? os organismos internacionales». ¿Cómo? ¿Un país que no es capaz de reconstruir diez edificios derrumbados? ¿Un país que en lo prmero que piensa es en pedr limosna a los organismos planetarios? Ese es el ejemplo de nuestro Estado. Mientras aquí dentro los funcionarios y los contratistas vuelan con el inero de los contribuyentes, que los organismos internacionales nos reconstruyan los edificios.
Y así se extiende el más peligroso, el más desalentador, el más adormecedor de los males de la nación, la indignidad, la falta de orgullo, la aterradora falta de carácter que carcome al país y de la que son notables exponentes casi todos nuestros gobernantes. A veces puede fallarles la memoria, a veces puede fallarles la responsabilidad, a veces puede fallarles la ética: siempre, en el momento en que es más necesario, les falla el carácter. Y en eso sólo demuestran que son tan colombianos como el resto, orque si de algo carece nuestro país es de carácter.
Por eso no confiamos en nosotros mismos, por eso no nos sentimos en buenas manos cuando estamos en manos de nuestros paisanos, por eso no compramos lo que producimos y por eso sólo valoramos lo que producen otros, por eso casi no inventamos nada, y a la vez nunca valoramos lo que inventamos. Pero ¿somos culpables de no tener carácter? ¿Y en qué se revela que carecemos de él? En prlmer lugar, cuando algo ha llegado a ser tan propio, ya es preciso asumirlo como un destino, y frente a esto sólo es posible o afrontarlo o cambiarlo. No nos pode pretexto de que no somo el