Lecturas contrapuestas: la manifestación de la violencia en tres novela latinoamericanas

Felipe Bastías Fuentealba Podría tal vez considerarse la sorprendente posibilidad de que el interés del derecho, al monopolizar la violencia de manos de las personas particulares no exprese la intención de defender los fines de derecho, sino, mucho más así, al derecho mismo. Walter Benjamin La violencia en Latinoamérica ha adoptado variadas formas. Hoy asistimos al inte de un sistema econo el aparataje estatal q fu las reglas del juego. sta violencia es el o PACE 1 or2B iolencia por parte e su mejor aliado en mo, estableciendo stauración de realidad son tres ensayos que se pueden eer e manera In ependiente, pero que puntan a lo mismo, develar, o por lo menos intentar mostrar, los cimientos sobre los cuales se construye nuestra situación actual. Son tres novelas en torno a las cuales se intentará reflexionar: La hora Azul del peruano Alonso Cueto, Ciencias Morales del argentino Martín Kohan e (dola del chileno Germán Marín.

Miremos la catástrofe de la historia, lo fallido, lo doloroso, lo muerto, lo exterminado. Entornemos los ojos y apreciemos la sangre derramada y esparcida, secada y craquelada sobre la cual se ha cimentado el edificio de la historia Latinoamérica. Fue el siglo WI, el siglo de la

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gran matanza (matanza superior a la del iglo XX) donde a pura hacha se conquistó America. Juntemos los cuerpos de nuestro ingreso a la gran historia de occidente, de nuestro nacimiento como continente, de las primeras marcas de nuestra identidad.

En el origen y en el comienzo están 100 millones de muertos, 100 millones de cuerpos destruidos. Avancemos un poco más acá, dirijámonos al proceso (eterno) independentista: habrá más sangre, pero por sobre todo, se independiza la violencia que produce esta sangre, se comienza a institucionalizar, surge el Estado. Después acaecieron las guerras entre las republicas independientes de Latinoamérica, aquí la violencia y la sangre peraron como ejes organizadores de la identidad nacional. Y por último, en mi breve historia de Latinoamérica, la descripción del penúltimo movimiento. as dictaduras, que no son una excepción en nuestra historia sino más bien un continuum. Si miramos para atrás, en un vistazo rápido, aparecen por lo menos diez. El último movimiento de violencia ha tallado sólo sus iniciales (neo-post- mass), todavía recién afila sus garras. La hora Azul: violencia sobre los cuerpos y el poder de la segmentación. «Nuestros novelistas buscan las diferentes caras que el hombre americano se ha ido poniendo en su desesperada lucha contra la muerte, n su intento por salir de esta violencia que es su destino, sea cual sea la forma que tome».

Ariel Dorfman De pronto la tranquilidad y la superficial alegría se ven ensombrecidas, se genera un movimiento de ruptura en la rutina absoluta. Es un hombre de 42 años (Adrián 2 OF absoluta. Es un hombre de 42 años (Adrián Ormache), tiene una vida acomodada: es abogado, recibe una renta de 9. 000 dólares mensuales, vive en un barrio pudiente. Este es el protagonista y narrador de La hora azul. El punto de inflexión a partir del cual se comenzará a desramar la trama de la novela es la muerte de su madre.

Este punto genera un quiebre pues se entera de algo de la vida de su padre[l], una historia escondida, sórdida, silenciada: «Una prisionera se le escapó porque él se había enamorado de ella»[2]. El impacto que le genera esta noticia es grande, no tanto por la noticia en si, sino por que ésta significa la posibilidad de esgrimir una salida a la superficialidad en que está viviendo: vida matrimonial sin ninguna pasionalldad, trabajo decoroso e hipócrita. Es la apertura a la mácula como signo de identidad, como salida de la perfección que ordena la tradición.

En definitiva, es la posibilidad que en la vida el tipo haga algo ue verdaderamente desea. Por esto, la noticia que recibe la apresa el recuerdo, se funde con él, reverberando una situación olvidada: Su padre antes de morir le había dicho las siguientes palabras: «Hay una mujer, en Huanta, en Ayacucho, tengo que contarte de esa mujer, tienes que buscarla. Te lo pido antes de morir». De aquí en adelante toda su voluntad va a apuntar hacia el encuentro de esa mujer y hacia la búsqueda de la verdad de los acontecimientos que la envuelven.

El personaje detectivesco b búsqueda de la verdad de los acontecimientos que la envuelven. El personaje detectivesco burgués-abogado comienza su úsqueda y su inmersión en eso otro que lo rodea, que no es más que el perímetro que está fuera de su habitar: los barrios pobres, las personas que no poseen un Volvo. El detective va recuperando datos: Chacho y Guayo «Me contaron un montón de cosas, montones de historias de torturas y ejecuciones ¿pero por qué? Bueno, varias historias que contaban.

Los oficiales botaban los cuerpos de los muertos en un barranco para que los chanchos se los comieran se los comieran y los familiares no pudieran reconocerlos. Una vez tres soldados mataron a un bebe delante de su madre y luego la violaron junto al cuerpo de su hljo. … ] en realdad todo esto era una respuesta a lo que hacían los de Sendero Luminoso, que quemaban vivos a sus prisioneros y les colgaban carteles a los cadáveres carbonizados. Una costumbre senderista muy extendida: ejecutar a los alcaldes de los pueblos delante de sus esposes y de sus hijos.

Los mataban delante de ellos y los obligaban a celebrar'[3]. Se entera de lo acaecido unos años ha, en el mismo país que él habita. Es algo de una guerra entre Sendero Luminoso y los militares, él había escuchado sobre eso, pero nunca le había prestado mucha atención. Su actitud, ante los resultados de su nvestigación, es de entusiasmo, desea saber. Por esto va al sitio del suceso, se entera que en medio de esa guerra había gente, gente común, ni de uno ni de otro bando, gente que habitab medio de esa guerra había gente, gente común, ni de uno ni de otro bando, gente que habitaba el territorio en guerra.

Visita los lugares donde «la guerra» se produjo: el infiernillo, que era el lugar donde depositaban los cuerpos muertos los del Sendero Luminoso y los militares; el cuartel donde estuvo su padre; y el estadio que era el centro de tortura. En su viaje se comienzan a delinear las figuras del torturador y del torturado. Era demasiado pequeño (el estadio) si uno pensaba en toda la cantidad de prisioneros que habían muerto allí Chacho y Guayo me habían contado que una sesión de torturas podía durar fácilmente toda una noche si estaban de mal humor.

Recordaba haber leído algo sobre eso. Muchos torturadores se vuelven adictos a los gritos, a las contorsiones, a las suplicas, las pruebas de El torturador aparece como el hombre instrumento que ejerce el poder, que lo lleva a sus límites, que siente placer al provocarlo. No obstante, siente miedo también. El miedo se estructura como mecanismo para provocar violencia: «Era la carcajada del miedo. Los soldados desayunaban riéndose, sabían que podía ser el ultimo día de sus vidas, una emboscada, una granada, un asalto, un tiro desde la nada en una patrulla.

En cualquier segundo la explosión y si hay suerte un ataúd con una bandera peruana y El miedo como mecanismo de violencia que empuja al sujeto a reafirmarse en ella forma parte de la cosmovisión del hombre latinoamericano, ya no sólo del torturador. La violencia s OF forma parte de la cosmovisión del hombre latinoamericano, ya no sólo del torturador. La violencia como el grito de ‘Yo estoy vivo, no quiero morirme». «Sobrevivir (subvivir). La violencia es l modo habitual de defenderse, el método que está más a mano, el más fácil, a veces el único, para que a uno no lo maten.

Aprende esto, hijo, me dice mi antepasado, es lo que me dice mi antepasado, mi padre, mi abuelo, sobreviviK[6] Así, también el miedo, la inseguridad como base de la violencia operan en el ámbito de la vida diaria actual. La idea madre es que los sujetos se sientan inseguros: inseguridad laboral, inseguridad social (delincuencia), inseguridad económica. Para que asi actúen desde el miedo siendo unos sujetos cobardes, operadores de una violencia marchita. Entonces, la violencia se erige como el ?nico acto individual que puede sostener el universo sobre el cual habita el sujeto.

La tortura es la concretización y paroximización de la violencia: la inseguridad, el miedo, el deseo de reafirmarse, el goce en el dolor del otro, la perversión en el dolor llevado a su punto extremo. El torturado es el sujeto que lleva una mancha de dolor, su vida aparece desastrada: «Y la otra chica, la Georgina, ésa vino aquí enantes. Georgina Gamboa, la vimos al pasar con su hija. La violaron siete soldados y dio a luz a esa chica que usted vio. La chica recién supo eso, que su papá era uno de esos siete.

Recién e ha enterado. Y allí esté. ¿Qué puede hacer esa chica? Tiene que seguir viviendo no más, así me dice 6 OF enterado. Y allí está. ¿Qué puede hacer esa chica? Tiene que seguir viviendo no más, así me dice. Seguir viviendo. Y asi hay otros, pues. Hay una señora que conozco, que se llama Paula Socca, a ella le mataron a sus seis hijos y a su ¿Cómo vivir después de la catástrofe? ¿Cómo instalarse en la cotidianidad si no se tiene nada, si todo se ha destruido?

El doloroso proceso de la reconstrucción: mirar las ruinas, cogerlas con las manos laceradas y apilarlas para esbozar un nuevo edificio vital lleno e estrías sanguinolentas del peor espasmo negro, es lo que se presenta en este trazo de la novela. ¿Cómo asumir el pasado? Todavía es una pregunta que causa discusión: algunos desean el radical olvido de lo que sucedió: pensar solamente en el presente en que estamos viviendo; otros esgrimen al recuerdo como única posibilidad de pensar el presente; otros, postulan como salida sintética de esta situación a la reconciliación.

El problema esta ahí, y se hace extensible a gran parte de Latinoamérica. Quizás para (in)resolver esta pregunta problemática debamos atender a Goethe en una de sus consideraciones sobre la historia: «Por lo emás, me es odioso todo aquello que únicamente me instruye pero sin acrecentar o vivificar de inmediato mi Volvamos a la novela.

Una bella imagen del ser humano que ha enfrentado el dolor es la de los danzantes de tijera, refleja la actitud que ha debido tomar el pueblo ante los avatares de nuestra historia, actitud que linda con lo trágico: «-toda la danza pueblo ante los avatares de nuestra historia, actitud que linda con lo trágico: «-toda la danza es un desafío al dolor. Los danzantes bailan sin cansarse, se ponen agujas en los labios, se atraviesan la piel. Es la derrota del dolor. – El dolor es una donación a la vida. Los danzantes se resisten a la muerte cuando bailan»[9]. La línea que nos separa a nosotros de ellos está marcada con el filo de una gran navaja»[10]. En la novela se constatan dos mundos, dos mundos independientes que prácticamente no se tocan. El uno, corresponde al de las casas amplias y las vacaciones en las Islas Margaritas, al del trabajo en la oficina de abogados con sus reuniones con clientes. En este mundo la rectltud moral roza la moralina, las tradlclones se establecen desde una pura apariencia. El otro mundo, es el de los que habitan la periferia, personas que subviven, que tienen carencias conómicas, sociales, educacionales, respiratorias.

Y que por sobre todo, están sujetos a un sistema que domina su tiempo, absorbiéndolos. Es el «sujeto popular'[11] quien sufre la violencia de la historia y sobre el cual se han implantado las coordenadas que rigen el hacer en sociedad: gobernabilidad, legitimidad, estabilidad. La novela constata, como plantea el mismo Cueto en una entrevista, que la sociedad se mueve en compartimentos estancos donde el sujeto realiza un circuito de actividades ignorando todo aquello que sucede fuera de ese circuito. Así, es muy fácil inflingir una violencia vertical, que es lógicamente escend ese circuito.

Así, es muy fácil inflingir una violencia vertical, que es lógicamente descendente, sobre el sujeto popular, pues al compartimento superior que detenta el poder no le interesa en nada lo que ha pasado o pasa allá abajo. «Gracias» le dice Miguel, el hijo de Miriam, a Adrián. Alonso Cueto cree en la coexistencia pacífica, en la tolerancia intercultural como cese de la violencia. El problema es que esta coexistencia y tolerancia se da dentro del marco establecido, parodiando a Cueto, por el compartimiento estanco superior; y esto ya no es ni tolerancia, ni coexistencia, es superioridad, mposición, ejercicio de una violencia hegemónica.

La experiencia que ha vivido el sujeto popular no es un paraíso, es un infierno, un golpe de horror: «Sentí que las imágenes que había despertado en ese viaje eran bendiciones que iban a acompañarme siempre: la cara del padre Marco y de los esposos Sillipú y de Anselmo y de Saturnino Sandia, y de Guiomar, y la iglesia de los Redentoristas, y la plaza de armas de Huanta y la ventana del cuartel. Todas formaban algo así como un nuevo paraíso. [12] En la noche un cuerpo que no quiere ser visto: «Corría así no más [… ] El dolor del miedo que te hincha dentro [… Iban a matarme también mataron a mis papás, y a mi hermano, yo tenía que esperar que siguiera la noche [… ] Dos veces mi cuerpo se paró Empecé a llorar por el dolor de mis piernas Oigo su llanto. Todos sus muertos [… ] Tenía los dedos temblado y las manos de sangre, eso me acuerdo»[13]. llanto. Todos sus muertos Tenía los dedos temblado y las manos de sangre, eso me acuerdo»[1 3].

Ciencias morales: Violencia ortopédica y disciplinaria Allí tenemos un maestro para decenas de discípulos y es necesano, a pesar de esa multiplicidad de alumnos, que se logre una individuación del poder, n control permanente, una vigilancia en todos los instantes, así, la aparición de este personaje que todos aquellos que estudiaron en colegios conocen bien, que es el vigilante, que en la pirámide corresponde al suboficial del ejército».

Michel Foucault La novela Ciencias morales de Kohan podría haber llevado perfectamente como pró-logo, a modo de pre- sentación, el segmento segundo titulado «Los medios del buen encausamiento»[14] contenido en el apartado «Disciplina» del libro Vigilar y castigar de Michel Foucault, pues lo que se muestra en la novela es el poder disciplinario de un colegio en toda su xtensión. Este no es cualquier coleg10, sino el Colegio Nacional, el colegio emblemático de Argentina, criadero de los conductores de la nación.

A este colegio es donde llega a trabajar como preceptora María Teresa. En su primera entrevista recibe la instrucción fundamental para realizar con satisfacción su labor «le reveló entre otras peripecias, qué clase de actitud convenía adoptar para la mejor vigilancia de los alumnos del colegio. No era fácil obtener eso que el señor Biasutto denominó «el punto medio». El justo punto para la mejor vigilancia. [… ] El punto justo exigía una mirada a I 23