El pricipe
El pricipe gy uelascoramircs Ac•Ka6pF 2010 27 pagcs PRÍNCIPE NICOLÁS MAQUIAVELO (1469-1527), Nicolás Maquiavelo nació y murió en Florencia, El joven funcionario tenía grandes ambiciones, sustentadas en su vasta cultura era un lector insaciable y en su talento extraordinario para comprender los más sutiles asuntos de estado.
La vida familiar de Maquiavelo no pudo ser muy feliz, tanto por su necesidad de viajar constantemente como por las dificultades económicas y los inevitables vaivenes de la política. Curiosamente, el autor de El Príncipe no procedió «maquiavélicamente», tratándose de su persona, salvo cuando a era un hombre acabado; por el contrario, puso toda su ciencia al servicio de otros que supieron aprovecharla.
Y luego de haber examinado durante mucho tiem o las acciones de aquellos hombres, y meditánd de tan profunda y pe remito. Si, para cono ser príncipe, para co entre el pueblo. PACE 1 or27 sa la d el encerré el resultado o volumen, que os aciones, se requere s conviene vivir DE LAS VARIAS CLASES DE PRINCIPADOS Y DEL MODO DE ADQUIRIRLOS Cuantos Estados y cuantas dominaciones ejercieron y ejercen todavía una autoridad soberana sobre los hombres, fueron y son principados o repúblicas.
Los nuevos se adquieren de dos modos: o surgen como
DE LOS PRINCIPADOS HEREDITARIOS Pasaré aquí en silencio las repúblicas, a causa de que he discurrido ya largamente sobre ellas en mis discursos acerca de la primera década de Tito Livio, y no dirigiré mi atencion más que sobre el principado. Y, refiriéndome a las distinciones que acabo de establecer, y examinando la manera con que es posible gobernar y conservar los principados, empezaré por decir que en los Estados hereditarios, que están acostumbrados a ver reinar la familia de su príncipe, hay menos dificultad en conservarlos que cuando son nuevos.
Cuando son de la primera especie, hay suma facilidad en conservarlos, especialmente si no están habituados a ivir libres en república. En cuanto al que hace tales adquisiciones, si ha de conservarlas, necesita dos cosas: la primera, que se extinga el linaje del principe que poseía dichos Estados; y la segunda, que el príncipe nuevo no altere sus leyes, ni aumente los impuestos. Con ello, en tiempo brevísimo, los nuevos Estados pasarán a formar un solo cuerpo con el antiguo suyo.
Además, dada su permanencia, no es despojada la provincia por la codicia de sus empleados, y los súbditos se alegran más de recurrir a un príncipe que está al lado 2 OF codicia de sus empleados, y los súbditos se alegran más de ecurrir a un príncipe que está al lado suyo que no a uno que está distante, porque encuentran más ocasiones de tomarle amor, si quieren ser buenos, y temor, si quieren ser malos. porque debe notarse que los hombres quieren ser agraciados o reprimidos, y que no se vengan de las ofensas, cuando son ligeras; pero que se ven incapacitados para hacerlo, cuando son graves.
Si, en vez de colonias, se tienen tropas en los nuevos Estados, se expende mucho, ya que es menester consumir, para mantenerlas, cuantas rentas se sacan de dichos Estados. El príncipe que adquiere una provincia, cuyo idioma y cuyas costumbres no son los de su Estado principal, debe hacerse allí también el jefe y el protector de los principes veclnos que sean menos poderosos, e ingeniarse para debilitar a los de mayor poderío.
El príncipe nuevo, con el favor de ellos y con la ayuda de sus armas, podrá abatir fácilmente a los que son, poderosos, a fin de continuar siendo en todo el árbitro. Con las cosas del Estado sucede lo mismo. Les acomodó más el consejo que su prudencia y su valor les sugería, conviene a saber: que el tiempo, que echa abajo cuanto subsiste, puede acarrear tanto bien como mal, pero igualmente tanto mal como bien. Luís XII fue atraído a Italia por la ambición de los enecianos que querían, con su ayuda, ganar la mitad del Estado de Lombardía.
Si Francia podía atacar con sus fuerzas a Nápoles, debió hacerlo. Luís XII, pues, cometió cinco faltas, dado que destruyó las reducidas potencias d destruyó las reducidas potencias de Italia; aumentó la dominación de un príncipe ya poderoso, introdujo a un extranjero que lo era mucho, no residió allí él mismo, y no estableció colonias. Era cosa muy razonable, y hasta necesaria, abatirlos, aunque él no hubiera dilatado los dominios de la Iglesia, ni introducido a España en Italia. No hay en ello milagro, sino una cosa natural y común.
Se vio por experiencia que la que el Papa y España adquirieron en Italia les vino de Francia, y que la ruina de Francia en Italia dimanó del Papa y de España. De dos modos son gobernados los principados conocidos. Las razones de las dificultades para ocuparlo son que el conquistador no puede ser llamado allí de las provincias de aquel Imperio, ni esperar ser ayudado en la empresa por la rebelión de los que el soberano conserva a su lado, lo cual dimana de las observaciones expuestas más arriba.
DE QUÉ MANERA DEBEN GOBERNARSE LOS ESTADOS QUE, ANTES DE OCUPADOS POR UN NUEVO PRÍNCIPE, SE REGÍAN POR LEYES PROPIAS Cuando el príncipe quiere conservar aquellos Estados que estaban habituados a vivir con su legislación propia y en régimen de república, es preciso que abrace una de estas tres resoluciones: o arruinarlos, o ir a vivir en ellos, o dejar al pueblo con su código tradicional, obligándole a pagarle una contribución anual y creando en el país un tribunal de corto número de miembros, que cuide de consolidar allí su poder.
Al establecer este consejo consultivo, el príncipe, sabiend que cuide de consolidar allí su poder. Al establecer este consejo consultivo, el pr(ncpe, sabiendo que no puede subsistir sin su mistad y sin su dominación, tiene el mayor interés de fomentar su autoridad. Hablando con verdad, el arbitro más seguro para conservar semejantes Estados es el de arruinarlos.
Pero cuando las ciudades o provincias se hallan avezadas a vivir en la obediencia a un príncipe, como, por una parte, conservan dicha obediencia y, por otra, carecen de su antiguo señor, no concuerdan los ciudadanos entre si para elegir otro nuevo, y, no sabiendo vivir libres, son más tardos en tomar las armas, por lo cual cabe conquistarlos con más facilidad y asegurar su posesión. En las republicas, por el contrario, hay más valor, mayor isposición de ánimo contra el conquistador que luego se hace príncipe, y más deseo de vengarse de él.
DE LOS PRINCIPADOS QUE SE ADQUIEREN POR EL VALOR PERSONAL Y CON LAS ARMAS PROPIAS No cause extrañeza que al hablar de los Estados que son nuevos en todos los aspectos, o de los que sólo lo son en el del pr[ncipe, o en el de ellos mismos, presente yo grandes ejemplos de la antigüedad. Como el éxito por el que un hombre se ve elevado de la categoría de particular a la de príncipe supone algún valor o alguna fortuna, parece que una cosa u otra allanan en parte muchos obstáculos.
Y lo que suele procurar algunas facilidades s que, no poseyendo semejante príncipe otros Estados, va a residir en aquel de que se ha hecho dueño. Pero, volviendo a los hombres que por su propio valor, y no por min s OF aquel de que se ha hecho dueño. Pero, volviendo a los hombres que por su propio valor, y no por ministerio de la fortuna, llegaron a ser príncipes, como Moisés, Ciro, Teseo, Rómulo y otros digo que son los más dgnos de imitaclón. No hay duda sino que tales ocasiones constituyeron la fortuna de semejantes héroes.
Pero su excelente sabiduría les dio a conocer la importancia de dichas ocasiones, y de ello provinieron la prosperidad y la cultura de us Estados, Los que llegan a ser príncipes por esos medios no adquieren su soberanía sin trabajo, pero la conservan fácilmente, y las dificultades con que tropiezan al conseguirla provienen en gran parte de las nuevas leyes y de las nuevas instituciones que se ven obligados a introducir, para fundamentar su Estado y para proveer a su seguridad.
DEL PRINCIPADO CIVIL Vengamos al segundo modo con que un particular llega a hacerse príncipe, sin valerse de nefandos crímenes, ni de intolerables violencias. Pero nadie se eleva a esta soberanía sin el favor del pueblo o de los grandes. En toda ciudad existen os inclinaciones diversas, una de las cuales proviene de que el pueblo desea no ser dominado y oprimido por los grandes, y la otra de que los grandes desean dominar y oprimir al pueblo.
Pero se contentan fácilmente los del pueblo, porque los deseos de éste llevan un fin más honrado que el de los grandes en atención a que los grandes quieren oprimir, el pueblo sólo quiere no ser oprimido. Añádase a lo dicho que si el pueblo es enemigo del príncipe, éste no se verá jamás seguro, pues e 6 OF Añádase a lo dicho que si el pueblo es enemigo del príncipe, éste no se verá jamás seguro, pues el pueblo se compone e un número grandísimo de hombres, mientras que, siendo poco numerosos los grandes, es posible asegurarse de ellos más fácilmente.
Lo peor que el príncipe puede temer de un pueblo que no le ama, es ser abandonado por él. pero, si le son contrarios los grandes, debe temer no sólo verse abandonado sino también atacado y destruido por ellos, que teniendo más previsión y más astucia que el pueblo, emplean bien el tiempo para salir del apuro, y solicitan dignidades de aquel que esperan ver sustituir al príncipe reinante. Los primeros, si no son rapaces deben ser estimados y honrados. Los segundos, que no se ligan l principe personalmente, pueden considerarse en otros dos aspectos.
Unos obran así por pusilanimidad o fa ta de ánimo, y entonces el príncipe debe servirse de ellos como de los primeros, especialmente cuando le den buenos consejos, porque le son fieles en la prosperidad e inofensivos en la adversidad. Un ciudadano llegado a pr[ncipe por el favor del pueblo ha de tender a conservar su afecto, lo cual es fácil, ya que el pueblo pide únicamente no ser oprimido. Pero el que llegó a ser príncipe con el auxilio de los grandes y contra el voto del pueblo, ha de procurar conclliárselo, tomándolo bajo su protección. ro, si el que se funda en el pueblo, es príncipe suyo, y puede mandarle, y es hombre de corazón, no se atemorizará en la adversidad. Como haya tomado las disposiciones oportunas y mantenido, con sus se atemorizará en la adversidad. Como haya tomado las disposiciones oportunas y mantenido, con sus estatutos y con su valor, el de la generalidad de los ciudadanos, no será engañado jamás por el pueblo, y reconocerá que los fundamentos que se ha formado con éste, son buenos.
Pero en épocas revueltas, cuando el Estado más necesita de los ciudadanos, son poquísimos los que le secundan. DE LOS PRINCIPADOS ECLESIÁSTICOS Réstame hablar ahora de los principados eclesiásticos, en cuya adquisición y posesión no existe ninguna dificultad, pues no se requiere al efecto, ni de valor, ni de buena fortuna. Únicamente estos príncipes tienen Estados sin verse obligados a defenderlos.
Los Estados, aunque indefensos, no les son arrebatados, y los súbditos, aun careciendo de Gobierno, no se preocupan de ello lo más mínimo, ni piensan en mudar de soberano en modo alguno y ni siquiera podrían hacerlo, por lo cual semejantes principados son los unicos en que reinan la prosperidad y la seguridad. Pero, omo son gobernados por causas superiores, a que la razón no alcanza, los pasare en silencio. Empero, las armas con que un principe defiende su Estado pueden ser tropas propias, o mercenarias, o auxiliares, o mixtas, y me ocuparé por separado de cada una de ellas.
Las mercenarias y auxillares son inútiles y peligrosas. Si un príncipe apoya su Estado en tropas mercenarias, no se hallará seguro nunca, por cuanto esas tropas, carentes de unión, ambiciosas, indisciplinadas, infieles, fanfarronas en presencia de los amigos y cobardes frente a los enem indisciplinadas, infieles, fanfarronas en presencia de los amigos cobardes frente a los enemigos, no tienen temor de Dios, ni buena fe con los hombres. Si un príncipe, con semejantes tropas, no queda vencido, es únicamente cuando no hay todavía ataque.
En tiempo de paz, despojan al príncipe, y, en el de guerra, dejan que le despojen sus enemigos. Y la causa de esto es que no hay más amor, ni más motivo que las apegue al príncipe, que su escaso sueldo, el cual no basta para que se resuelvan a morir por él. Se acomodan a ser soldados suyos, mientras no hacen la guerra. Y como estos pecados caían sobre la cabeza de los principes, sobre ellos también recayó el castigo. O los capitanes mercenarios son hombres excelentes, o no lo son.
Si lo son, no puede el príncipe fiarse de ellos, porque aspiran siempre a elevarse a la grandeza, sea oprimiéndole a él, que es dueño suyo, sea oprimiendo a los otros contra sus intenciones, y, si el capitán no es un hombre de valor, causa comúnmente su ruina. Y por si alguien replica que todo capitán que mande tropas procederá del mismo modo, sea o no mercenario, mostraré cómo las tropas mercenarias deben emplearse por un príncipe o por una república. El príncipe debe ir en persona a su frente, y practicar or sí mismo el oficio de capitán.
Deduzco de todo ello que con tropas mercenarias las conquistas son lentas, tardías, limitadas, y los fracasos bruscos, repentinos e inmensos. Desde luego, hay que traer a la memoria cómo, en los pasados siglos, Italia, después de echar de su seno al emperador de traer a la memoria cómo, en los pasados siglos, Italia, después de echar de su seno al emperador de Alemania, y ver al Papa adquirir una gran dominación temporal dentro de ella, se encontró dividida en varios Estados.
En otras muchas ciudades se elevaron diversos individuos a la categoría de príncipes suyos. Con ello cayó casi toda Italia bajo el poder de los papas, sin más excepción que algunas repúblicas, y no estando habituados, ni los Pontífices, ni los cardenales, a la profesión de las armas, hubieron de tomar a sueldo tropas extranjeras.
Y obraban asf porque, no poseyendo Estado alguno, no podían alimentar y sostener a muchos hombres de a pie, y, por ende, la infanter(a no les procuraba gran renombre. Las cosas llegaron hasta el punto de que, en un ejército de veinte mil hombres, no se contaban dos mll infantes. DE LOS SOLDADOS AUXILIARES, MIXTOS Y MERCENARIOS Las armas de ayuda que he contado entre las inútiles, son las ue un príncipe presta a otro para socorrerle y para defenderle.
Así, en estos últimos tiempos, habiendo hecho el papa Julio II una desacertada prueba de las tropas mercenarias en el ataque de Ferrara, convino con Fernando, rey de España, que éste iría a incorporársele con su ejército. Cuando son vencidas, no por ello quedan todas menos unidas y dispuestas a obedecer a otros que al príncipe, mientras que las mercenarias, después de la victoria, necesitan de una ocasión favorable para atacarle, por no formar toda un mismo cuerpo. De otra parte, hallándose reunidas y pagadas por el príncipe, el tercero