De Mahieu Jacques Marie La naturaleza del hombre
Jaime María de Mahieu LA NATURALEZA DEL HOMBRE Antropología filosófica del ser humano Buenos Aires – 1955 or266 to View nut*ge INDICE Prefacio CAPITULO EL HOMBRE INTERIOR a experiencia fundamental 2. El sentimiento cenestésico 3. La duración CAPITULO IV DEPENDENCIA DEL HOMBRE 46. La herencia 47. La evolución 48. El individuo, factor de la evolución 49. El individuo, parte del universo 50. Dependencia cósmica del hombre 51 . Ritmo cósmico y ritmo biopsíquico 52. El «cuerpo cósmico» 53. El conocimiento del mundo exterior 54. El aporte psíquico del mundo exterior 55. La formación cósmica de la personalidad: el suelo 6.
La formaclón cósmica de la personalidad. el clima 57. La formación cósmica de la personalidad: el paisaje 58. El sentimiento de la naturaleza 59. El dominio del universo 60. Dependencia y autonomía del hombre CAPÍTULO V EL HOMBRE SEXUADO 61 . Incompletud del hombre 62. El instinto sexual 53. La unión sexual 64. La desigualdad de los sexos 65. La armonía de la pareja 66. La intuición sexual 67. Amor físico y amor sentimental 68. El acabamiento personal en el amor 69. El amor como conquista 70. La superación de Si mismo 71 . La seleccion amorosa 72. La belleza erótica 73.
La propagación de la raza Las bases sexuales de la familia 75. CAPÍTULO VI EL HOMBRE SOCIAL 89. El yo social 90. El hombre integral CAPÍTULO VII ACCION DEL HOMBRE 91 . El acto 92. Valor intencional del acto 93. Calificación moral del acto 94. Valor personal de la calificación moral 95. Moral personal y moral social 96. El juicio moral 97. La afectividad moral 98. El cuerpo, substrato de la afirmación moral 99. Condición voluntaria del acto moral 100. 101. 102. 103. 104. 105. La responsabilidad moral La pasión El absoluto moral El esfuerzo moral El pecado y el remordimiento La voluntad de poderío personal
PREFACIO Desde hace más de 2. 500 años el Hombre de Occidente viene buscando conocerse a si mismo y tratando de dar una razón de su presencia en el Universo. A lo largo de más de 25 siglos, pensadores, filósofos, teólogos, moralistas y — últimamente psicólogos, médicos, sociólogos, biólogos, antropólogos, etnólogos y, por lo que pudiera valer: hasta periodistas, han tratado de hallar una respuesta aunque más no sea medlanamente satisfactoria a una pregunta que, en si misma, es sorprendentemente sencilla: ¿qué es el hombre? ?Qué es este ser que un buen día salió de su caverna primitiva y conquistó os valles de los grandes ríos para, después, lanzarse sobre las llanuras y recorrerlas hast s mares; y esto tan sólo para construir naves que océanos, permitiéndole eterno buscador y conquistador que ya ha caminado sobre la Luna y que sigue, poco a poco, buscando el camino hacia las estrellas? El gran problema es que, aún a pesar de más de 2. 00 años de búsqueda y de especulación, no lo sabemos demasiado bien. Como incluso lo demuestra la multiplicidad de disciplinas, arriba mencionadas, que se han ocupado y siguen ocupándose del problema sin poder arribar a una integral, comprensiva y abarcativa Ciencia del Hombre. Hace casi medio siglo atrás, un agudo pensador francés, emigrado a la Argentina por los avatares de esa catástrofe que fue la Segunda Guerra Mundial europea, intentó una respuesta a las preguntas planteadas.
El resultado de ello es este libro. «La Naturaleza del Hombre» se publicó en 1955, un año lleno de grandes conmociones politicas para la Argentina. En ese momento, Jaime María de Mahieu hacía relativamente pocos años que había llegado al país y todavía trataba de «escribir en castellano pensando en francés» según me comentó en una oportunidad; algo que en cierta medida se siente en el stilo general de la obra.
En esta edición electrónica debemos dejar constancia, pues, que hemos eliminado tímidamente y con mucho cuidado algunos de los galicismos más obvios — básicamente sólo aquellos que realmente dificultaban innecesariamente la comprensión de un texto ya de por si complejo — y, por supuesto, también se han eliminado unos, pocos, errores de imprenta evidentes contenidos en el original. Otro detalle que debe ser mencionado es la subdivisión del texto en párrafos.
En la edición original, siguiendo un estilo bastante común en algunos autores de aquellos tiempos, en todos lo iguiendo un estilo bastante común en algunos autores de aquellos tiempos, en todos los capítulos cada punto es un párrafo único. Para una edición electrónica como la presente esto representarla un verdadero desafío a la capacldad de lectura en pantalla y por ello hemos realizado una subdivisión de dichos párrafos únicos de la manera más criteriosa posible, en beneficio de una claridad de diseño que contribuya a una claridad de exposicion.
Salvo lo expresado, el texto aquí reproducido es la versión completa y fiel del original de 1955; a excepción, naturalmente, e algún error que pudo haberse deslizado por el reconocimiento óptico de los caracteres de un libro de casi medio siglo de antigüedad, muy bien impreso, pero compuesto en tipografía de linotipo; algo que no ayuda precisamente a este tipo de proceso. En cuanto al contenido de la obra en si, no cometeré aquí la arrogante imprudencia de intentar una evaluación.
Fuf amigo y discípulo de Jaime María de Mahieu, y si hay algo que aprendí al lado del viejo Profesor, eso fue respetar un trabajo intelectual honesto; aún desde el disenso. Porque incluso desde el disenso se aprende y, al menos en mi experiencia personal, muchas eces el disenso respetuoso permite aprender muchísimo más que la adulación obsecuente, generadora, por norma, del mero plagio; confeso a veces y subrepticio en la gran mayoría de los casos.
Habiéndome familiarizado durante varios años con el pensamiento de Jaime María de Mahieu, aún hoy no dejo de maravillarme del número bastante grande de individuos que lo recitan pero no lo citan. Con todo, hay algunas precisiones que creo que al lector del Siglo XXI le convie pero no lo citan. le conviene saber. En «La Naturaleza del Hombre» se hace varias veces referencia a Carrel. Alexis Carrel (1873/1944), por quien de Mahieu sentía un sólido respeto, recibió el Premio Nobel de Medicina en 1912 por su nueva técnica de suturar vasos sanguíneos, una innovación que más tarde seria esencial para permitir el transplante de órganos.
Preocupado por lograr una visión integral del ser humano, fue uno de los que más marcadamente señalo la necesidad de establecer una verdadera Ciencia del Hombre que nos considerara en nuestra totalidad y no en aspectos parciales como lo hacen todas las ciencias que directa o indirectamente se ocupan del ser humano. Gran parte de su pensamiento está lasmado en un libro: «El Hombre: ese desconocido» (o bien «La Incógnita del Hombre» según algunas ediciones), en dónde desarrolló sus conclusiones, sus observaciones y su propuesta.
La obra de Carrel bien merecería ser reevaluada, ya que plantea cuestiones esenciales que siguen sin haber sido solucionadas satisfactoriamente. Por otra parte, en el Capítulo IV, el lector se encontrará con el tema de la heredabilidad de los caracteres adquiridos. Jaime María de Mahieu creyó sinceramente en esta posibilidad (aunque la verdad sea dicha: sólo como posibilidad), algo que la genética actual niega terminantemente.
Con todo, aún admitiendo hoy la imposibilidad de sustentar científicamente este fenómeno, justo es reconocer que el hecho no invalida lo esencial de todo el resto de su pensamiento y, en todo caso, debe tenerse en cuenta el estado general de los conocimientos gen estado general de los conocimientos genéticos de hace medio siglo atrás en virtud de los cuales, si bien ya la mayoría de los científicos negaba la posibilidad de que los caracteres adquiridos fuesen heredables, los argumentos todavía no parecían del todo terminantes.
Con todo, y para hacer justicia al tema, también deberíamos eñalar que el fenómeno básico de la modificación genética — la mutación — sigue siendo un área en la cual seguimos estando bastante lejos de saber todo lo que deberíamos saber. Hemos avanzado mucho en la descripción de su mecánica a nivel molecular y sub-molecular. Pero hemos avanzado bastante menos en la comprensión de las causas que la disparan. Sabemos que hay radiaciones y una serie de otros factores físico-químicos que pueden provocar una mutación. ero no tenemos aún hoy día una explicación realmente satisfactoria de todo el proceso de la «malinterpretación» del código genético ocasionado por ucesos que siguen adscribiéndose en gran parte al azar. Y no podemos menos que recordar que, en muchos casos, el azar ha sido a la biología lo que el culto a la arqueología. Cuando los arqueólogos desentierran un artefacto de cuya finalidad o utilidad no tienen ni la más pálida idea, casi automáticamente se sienten inclinados a clasificarlo como «objeto de culto».
Algo similar sucede con los biólogos: cuando no tienen demasiado bien en claro qué es lo que rige un proceso, la tentación de adscribirlo al famoso azar parece ser casi irrestible. «La Naturaleza del Hombre» es un buen libro. Muchos, robablemente, no estarán de acuerdo con sus deducciones y del Hombre» es un buen libro. Muchos, probablemente, no estarán de acuerdo con sus deducciones y sus conclusiones. Esto es previsible. Por un lado, porque obliga a revisar unos cuantos paradigmas que hacen al «pensamiento políticamente correcto’ actual.
Por el otro lado, porque simplemente obliga a pensar y reflexionar. Y no sé qué pensarán los lectores del Siglo XXI, pero yo sigo creyendo que un libro que obliga a pensar es un buen libro. Denes Martos 19 de Enero 2004 CAPÍTULO 1. LA EXPERIENCIA FUNDAMENTAL Salgo de un sueño profundo. No estoy despierto todavía. Mi cuerpo permanece inerte y se escapa a mis sentidos como el mundo exterior que me rodea. Las imágenes del sueño ya se han desvanecido. Mi memoria, en el sentido común de la palabra, está ausente.
No razono ni me acuerdo de que tengo el poder de hacerlo. Sin embargo, ya no duermo. No sé todavía que he salido de la inconciencia, pero ya siento mi vida fluir, imprecisa e indiferenciada. Siento mi cuerpo tendido, sin órganos ni contornos, pero presente. Siento deslizarse el tiempo de mi despertar. Estoy en el umbral de la conciencia de mi ser, en el seno de la experiencia undamental que va a permitir a mi inteligencia reflexiva afirmar que existo, que duro y que tengo conciencia de existir y de durar.
A medida que estoy despertándome, el sentimiento confuso de mi existencia pura se esfuma y desaparece con el aflujo de sensaciones diferenciadas Siento el calor de mi cuerpo, el latido de mi cor de mi respiración y el de mis músculos. Mis sentidos se abren al mundo exterior. Mi piel capta el frío o el calor del aire ambiente, y la rugosidad de la sábana sobre la cual descansa. Mis ojos captan la claridad del día. pero esas sensaciones inmediatas aunque complejas, no son n sí suficientes para la afirmación de la parte del mundo exterior que actúa sobre mí.
Cuando, apenas despierto, abro los ojos, mi impresión primera es la de lo incoherente, de lo extraño y de lo desconocido. Poco a poco, sin embargo, los objetos se precisan y distingo un cuadro familiar: mi memoria o, por lo menos, lo que el lenguaje corriente designa así, ha empezado a actuar. MI pensamiento racional se despierta al mismo tiempo: memoria y pensamiento sin los cuales no habría experiencia, sino sólo yuxtaposición de fenómenos temporales sin relaclones entre ellos y desprovistos para mí de todo significado. EL SENTIMIENTO CENESTÉSICO Tal experiencia fundamental, tan personal que hemos debido, para que conserve su sentido integro, relatarla en la primera persona del singular, nos hace asistir al despertar de nuestra vida interior, y hasta podríamos decir a su renacimiento. Nos obliga a comprobar que las imágenes, en el sentido más amplio de la palabra, sean ellas de origen interior o exterior, sólo se afirman a nosotros en un segundo estadio temporal y están precedidas por el sentimiento confuso, vale decir, por la conciencia inmediata, de nuestra existencia y de nuestra duración.
Antes de cualquier análisis de dicho sentimiento cenestésico, tenemos que notar dos puntos importantes: en primer lugar, que la afirmación de nosotros mismos que nuestra experiencia básica constitu importantes: en primer lugar, que la afirmación de nosotros mismos que nuestra experiencia básica constituye no permite hacer ninguna distinción entre nuestro ser y nuestro existir, puesto que nuestro ser se presenta a nosotros como existente y porque existente; en segundo lugar, que todo intento de aislar uno del otro los tres datos de nuestra afirmación (existencia, duración, conciencia) o de crear entre ellos cualquier relación e causalidad sería vano. Él decir: tengo conciencia de que existo, luego existo, o: tengo conciencia de que duro, luego duro, o también: duro, luego existo, no posee más significado experimental ni lógico que el cogito ergo sum cartesiano, por la razón de que nuestra experiencia primera es, en sus la sencil datos, una y anterior a toda reflexión. Nuestra existencia es inconcebible fuera de nuestra duración y sólo es susceptible de afirmación y, con más razón, de análisis, en la conciencia que tenemos de ella.
Al salir de nuestra experiencia fundamental espontánea, no tenemos ningún derecho n’ ecesidad alguna de decir: «existo porque… » Podemos y debemos plantear simplemente: «existo». Esto nos da más latitud para descomponer después el todo de dicha experiencia, distinguir sus factores, descubrir sus causas y precisar así este yo primitivo que acabamos de afirmar. Queda por definir la naturaleza de este sentimiento que la psicología llama cenestésico. Sabemos que se trata de un estado de conciencia. Pero ¿conciencia de qué? Por cierto, no de nuestra vida psíquica, puesto que precisamente esta última se reduce, en el curso de nuestra experiencia fundamental, al mismo sentimiento cenestésico al que