Cazadores de microbios

Cazadores de microbios gy 17, 2011 pagos CAPITULO 1 ANTONIO VAN LEEUWENHOEK José Alberto Mendoza Rendón El primer cazador de microbios Hace doscientos cincuenta años Antonio Van Leeuwenhoek fue el prmero en asomarse a un mundo nuevo, poblado de millares de especies diferentes de seres pequeñísimos, feroces, mortíferos, útiles y hasta indispensables para muchos ramos de la industria que enriquece al hombre. Ningún poeta ni historiador evoca la figura de Leeuwenhoek, que es casi tan desconocido como lo eran los fantásticamente diminutos animales y plantas en la época que el afirmo haberlos isto.

Cuando en Leeuwenhoek nacio el deseo de hacer investigaciones, to nex: page la investigación cientí ora profesión. El hombr uro Sv. ipe to sacudirse las supersti nes percatado de su igno ciencia empezaba a e a ser una empezado a iquiera se había do en el que la os; la ciencia que no es otra cosa sino el intento de aproximarse a la verdad mediante la observación cuidadosa y el pensar despejado. Antonio Van Leeuwenhoek nació en 1632 en Delft, la ciudad de los molinos de viento azules, de las casas bajas y de los grandes canales. Descendía de una familia muy respetable de fabricantes de cestos y cerveza.

Poco

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sabemos de la vida de Leeuwenhoek entre los 20 y 4 años, p pero es indudable que durante esa época paso por ser un hombre ignorante: no sabía hablar más que el holandés, dialecto despreciado por el mundo culto, por considerarlo lengua de tenderos, pescadores y cavadores de zanjas. En aquel tiempo las personas cultas hablaban el latín, pero Leeuwenhoek no sabía ni leerlo, siendo la Biblia en holandés el único libro que poseía. iQué divertido debía ser mirar a través de una lente y ver las osas de tamaño mayor que a simple vista! Pero, ¿Comprar lentes? iNo; sería Leeuwenhoek quien tal cosa hiciera! Jamás se vio un hombre tan desconfiado! ¿Comprar lentes? iNo; el mismo se las fabricaría! Visitó las tiendas de óptica y aprendió los rudimentos necesarios para tallar lentes; frecuento el trato de alquimistas y boticanos, curioseó sus métodos secretos de obtener metales de los minerales, y se inicio en el arte de los orfebres. Era un hombre de los más meticuloso; no se contentaba con que las lentes hechas por el fueran tan buenas como las mejores trabajadas en Holanda, sino que debía superar a la mejores, y aún así después d ehaberlo conseguido se pasaba horas y horas dándole vueltas.

Sus vecinos cre(an que estaba chiflado; pero ni esto ni el hecho de que las manos se le abrasaban y se le llenaban de ampollas, le hicieron desistir de su intento. Vivía satisfecho de si mismo; no tenía otro deseo que el de examinar con sus lentes cuanto caía en sus manos. Ex satisfecho de sí mismo; no tenía otro deseo que el de examinar con sus lentes cuanto cara en sus manos. Examinó las fibras musculares de una ballena y las escamas de su propia piel; fue la carnlcería y compró ojos de buey, quedando maravillado de la estructura del cristalino.

Paso horas mirando la lana de oveja y los pelos de castor y liebre. Disecó cuidadosamente la cabeza de una mosca, ensartó la masa encefálica en la finísima aguja de su microscopio, examinó cortes transversales de doce especies de maderas de árboles, se extasiaba contemplando la extraña perfección del aparato bucal de una pulga y las patas de un piojo. Trabajó en aislamiento por 20 años. En la segunda mitad del siglo WII, hubo un gran movimiento entre las gentes doctas. En

Inglaterra, unos revoluclonarios fundaron una sociedad llamada «The invisible Collage», que tuvo que ser «invisible» porque los habrían ahorcado por conspiradores y herejes si hubieran llegado a enterarse de lis extraños asuntos que intentaban dilucidar. Entre los miembros del «Invisible College» figuraban Roberto Boyle, Isaac Newton, etc. Ahora Leeuwenhoek rompe el tubo en pedacitos, sale al jardín y se inclina sobre una vasija de barro que hay para medir la cantidad de lluvia caída. Vuelve al laboratorio. Enfila el tubito de cristal en la aguja del microscopio 31_1f3